Empieza y termina
en el mismo número.
Desde el principio,
el uno mira al nueve,
casi al final.
Ese día
en el que todo empieza y todo acaba, las horas no cambiaron su posición
habitual y el mundo tembló bajo unos pies descalzos que dejaban de ser de barro. Todavía no
se sabe, pero tal vez el acero oxidado de ese número en la puerta de su casa sea el material
del que estarán hechos esos mismos pies a partir de mañana.
Cuando se caiga
lo que nos queda, ya no quiero estar debajo de este techo. En el momento en que se hunda, no encontraré el lugar donde refugiarme, pero está claro que
no será este.
¿Qué es un lugar? Primero compramos esta casa, como los niños que se compran un disfraz de superhéroe, convencidos de que podrán volar en cuanto se lo pongan. Ahora tenemos la capa, las mallas y hasta la ropa interior por fuera y nos hemos estrellado incluso antes de despegar.
Es feliz
cuando compra nuevas semillas. Al principio las comprábamos juntos. Y la ilusión era compartida. Luego empezamos a comprarlas como si fuera droga. Cuanto peor nos sentíamos, más plantas teníamos. Era el único instante en que sonreíamos al mismo tiempo. Poco a poco, esas ilusiones que podíamos comprar fueron sustituyendo a las que no estaban a la venta.
Todo lo que nos hacía felices sin necesidad de recurrir al exterior ha muerto, ha desaparecido, pero nos rodea.
La nieve
es más blanda que fría. El bosque se calla cuando nieva y me abruma su silencio, aunque también me adormece. Si yo fuera la Reina de las Nieves congelaría todos nuestros recuerdos para comérmelos a lametones. Pero en el bosque no tengo
trono, me ahogo en su mar de hojas y ramas secas. Me muero de frío por dentro.
Me parece injusto.
Es injusto que todo siga sin que nadie me pregunte si yo quiero estar aquí para verlo. Miro fijamente el abeto del Tíbet y pienso en cuánto habrá viajado él en comparación conmigo. Hasta un árbol ha visto más mundo que yo. Creo que me gustaría ser como él. Limitarme a crecer y ser parte del todo. Me da mucha rabia la gente que no sabe nada de plantas, ni de flores, ni de árboles. Se limitan a comprar macetas para dejarlas morir en sus casas. A mí también me olvidan, tampoco saben nada de mí. Ojalá yo también fuera del Tíbet.
Tantas veces
deseando la muerte y ésta se acerca
cuando no la quiero.
Supongo que siempre lo he sabido…
pasará así…
A veces creo
que este dolor tan intenso es lo único real que tengo en la vida. Imagino un futuro distinto, pero son solo imaginaciones. Estas ganas de llorar, estos gritos acallados por la soledad son incluso palpables. Mis sueños de felicidad no son más que eso: ilusiones tontas que nadie me asegura.
A veces, después de pasarme horas llorando, dejo que las lágrimas me empapen las pestañas, entrecierro los párpados y lo veo todo borroso, como una imagen desenfocada. Así es mi
futuro. Y no sé si lo quiero más que el ahora de contornos tan definidos aunque cortantes.
Hoy he visto
la primera flor del invierno. He salido sin zapatos al jardín y he pisado una cáscara de castaña. Al agacharme para desclavarme los pinchos, la he visto. Con la yema de un dedo manchada por la sangre del pie he acariciado los pétalos de color fucsia. Podrá parecer estúpido, pero ha sido una caricia de ternura y he sentido que la flor me la devolvía. A lo mejor es el principio de la locura, pero tengo la impresión de que, en cuanto decido que ya está bien, que me marcho de aquí, la naturaleza hace algo para que me quede. En la televisión han dicho que mañana nevará. Y no tengo leña.
Amor de trincheras,
emoción de resistencia. Un saco no contendrá toda la verdad que amenaza hace tiempo con derribar lo que habíamos construido. Hoy he colocado muchos sacos más. Estoy agotado. Los he rellenado de recuerdos de lo que fuimos. Esas vacaciones en Grecia, la primera vez que bailamos sin música, la primera vez que nos besamos, la primera vez que nos gritamos.
Los sacos de la fila superior, los últimos que he colocado esta mañana, están llenos de mierda. Cuando llegue la riada de todas las frases calladas, su hedor será lo primero que contenga la inundación.
Me voy.
Mañana por la mañana. Ha pasado tan poco tiempo que no me lo creo. Al final no me llevo nada. Solo la tristeza. Ya volveré algún día y me llevaré lo que quede. Ahora solo quiero salir de aquí corriendo.
Si pudiera,
regresaría a ese lugar donde creí conocerte y lo ubicaría en el mapa de nuestra geografía. Muchas noches, esas que paso intentando olvidarte, me imagino viajando hasta allí por primera vez. A fuerza de tanto revisitarla, la ensoñación se ha convertido en recuerdo y nuestro amor, en la mentira mejor contada de todas.
Me siento cada vez
más y más pequeña. Voy a desaparecer y lo peor, o lo mejor ya no lo sé, es que no me importa. Estoy cansada, harta de no querer estar aquí.
Yo dije cosas horribles.
Él también, pero yo le solté un montón de burradas. De pronto ya no sabía quién era. Yo tampoco me reconocía. Era como si al no saber quién era el otro, yo misma dejaba de existir.
«Hemos llegado tarde al futuro»,
me dijiste tantas veces. «¿Qué futuro?»
Tengo la casa hecha un asco.
Tendría que limpiarla. Pero ¿para qué?
A veces me gustaría que viniera alguien a visitarme solo para tener una excusa para limpiar. El problema es que no quiero ver a nadie. Me canso solo con pensar en hablar.
Nunca había dicho
tantas palabrotas. Y le pegué. Una vez le pegué. ¿Tú le has pegado a alguien? En el colegio me peleé con un niño mayor.
Le mordí y le escupí. Luego me pegué con la casa. Le di un puñetazo tan fuerte a esa pared que dejé la marca. Y me rompí un dedo.
Quiero sentirlo todo,
el dolor, el abandono, la desorientación y hasta las ganas de morir. Dejaré la puerta de la casa sin reparar, entreabierta y prácticamente colgando de los goznes, para que las emociones vayan entrando sin preguntar. Haré cuanto haga falta para no dejar de sentir.
Observo su fragilidad
y me asusta que se rompa, aunque sé que no lo hará, porque yo no lo hice, porque nadie lo hizo, porque este dolor retuerce, pero no mata. Lo que tenía que morir ya no está, aunque gracias a su ausencia será posible un nuevo principio.
Aceptar que te has ido
es mucho peor que vivir sin tu presencia. Admitir tu ausencia es reconocer que lo nuestro, en realidad, nunca echó raíces..
Lo opuesto a tu amor
no es tu desprecio, sino tu indiferencia.
Vivir en el silencio de tu voz da tanto miedo que he llegado a añorar tus insultos. Esto no puedo contárselo a nadie.
Me gustaría saber
para qué sigo aquí.
El día en que llegué
a este lugar, supe que viviría aquí. La casa estaba en ruinas. Llena de muebles antiguos y trastos viejos. Había telarañas en todos los rincones. No tenía ningún sentido, pero decidimos quedarnos la casa. No olvidaré nunca ese día.
En ese piso del ático
pasé muchas horas llorando. Si no llega a ser por estas orejas, creo que no habría salido adelante. En serio: me tumbaba en el sofá y S. se subía y se acostaba a mi lado. Me pasaba las tardes acariciándole las orejas y él se quedaba quieto a mi lado. Acompañándome.
Ni siquiera lo hemos hablado.
Se ha marchado. Sí, habíamos discutido mucho, pero hablarlo, hablarlo, de verdad, no. Menos mal que S. estaba conmigo. He estado abrazado a él, me lo he metido en la cama. No sé cómo he conseguido levantarme todos estos días.
Siempre quise vivir
en una cabaña en medio del bosque. Después del accidente, cuando creí que iba a morirme, supe que quería ser pintor y vivir entre los árboles. Echo de menos la moto. Me encantaba
cogerla por las curvas de la carretera.
La casa me da pena.
Ella no tiene la culpa. No te puedes imaginar todo el trabajo que he hecho aquí. Horas y horas pintando, rascando el suelo y haciendo apaños. Es muy injusto. Son muchas horas invertidas. ¿Para qué? Para nada.
Me han contado
que algún día podré empezar a recordar momentos en los que tú no estuviste.
«Es cuestión de tiempo», me dicen. Pero el tiempo es precisamente lo que no pasa. Desde que no estás, se ha detenido, de hecho, creo que ha fallecido. El tiempo muerto se pudre y huele cada vez peor.
Estuve un tiempo
haciendo fotos sin la cámara. Pero hasta ayer no me di cuenta. Salía a pasear con S. por el
bosque y no me la llevaba. Iba haciendo fotos con la mirada. Solo existen en mi memoria. Ojalá
pudiera enseñártelas.
Con cada uno
de los pasos que dio para llegar hasta aquí fue marcando un camino. Al mirar atrás le ha parecido duro, muy tortuoso, terrible. Sin embargo, es solo eso. Un camino, una estela que dejó tras de sí, un viaje que decidió hacer desde el principio hasta el fin, o hasta el nuevo principio.