Desde la noche de los tiempos, los seres humanos han tratado de descodificar el cielo.
En el brillo de aquello que aún no alcanzamos a identificar está la promesa de una respuesta a la incansable búsqueda de sentido que lo conocido no ha logrado revelarnos.
Quizá un día el destello de una epifanía ilumine nuestras cabezas y veamos una información valiosa impresa hasta en las formas de los objetos cotidianos. Esos que creíamos conocidos por vistos, pero que, a falta del patrón adecuado, a falta de ojos nuevos, aún no habíamos podido descifrar.
Hay quien identifica en lo desconocido una amenaza que viene a aplastar nuestras certidumbres. Hay quien proyecta en esa dirección la esperanza de descubrir que no estamos solos.
Nos agarramos a la posibilidad de que haya un mensaje porque siempre, aun cuando
su contenido se nos escape, desapareciendo en la oscuridad, significará que hay alguien hablándonos al otro lado.
En el brillo de aquello que aún no alcanzamos a identificar está la promesa de una respuesta a la incansable búsqueda de sentido que lo conocido no ha logrado revelarnos.
Quizá un día el destello de una epifanía ilumine nuestras cabezas y veamos una información valiosa impresa hasta en las formas de los objetos cotidianos. Esos que creíamos conocidos por vistos, pero que, a falta del patrón adecuado, a falta de ojos nuevos, aún no habíamos podido descifrar.
Hay quien identifica en lo desconocido una amenaza que viene a aplastar nuestras certidumbres. Hay quien proyecta en esa dirección la esperanza de descubrir que no estamos solos.
Nos agarramos a la posibilidad de que haya un mensaje porque siempre, aun cuando
su contenido se nos escape, desapareciendo en la oscuridad, significará que hay alguien hablándonos al otro lado.
Fotografías: Andrés Solla
Texto: Carmen Menéndez